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miércoles, 13 de julio de 2016

La cajita de música

Mirta llevaba más de 2 años viviendo en Madrid. Llegó con una maleta cargada de sueños, esperanzas y algunos miedos. Quería convertirse en una gran bailarina clásica.
Constancia, sacrificio y disciplina. Esas eran las bases en las que se sustentaba la disciplina que ella tanto amaba.
Frente al espejo del salón, ensayaba mientras de fondo se escuchaba una pieza de TchaikovskyEn tan solo 2 semanas tendría una importante audición y si la superaba, se iría de gira con una compañía y actuaría en los mejores teatros y auditorios del país. Era una gran oportunidad que no podía desaprovechar.
Al llegar a su apartamento, encontró una nota de su vecina, un mensajero le había traído algo y ella se lo había recogido.
Diez minutos después  estaba en casa con el paquete en las manos. Se sentó en el sofá sin atreverse a abrirlo. Provenía de Rusia, su país. Se lo remitía la señora Medlev, la vecina de su abuela.
Con el corazón encogido, fue rompiendo el papel de estraza que recubría una vieja caja de zapatos. En su interior, un montón de cartas amarillentas por el paso del tiempo y el uso, y un cajita. Su cajita de música.
Con cariño la cogió y la puso sobre la mesa y con sumo cuidado la abrió, liberando la bailarina que había en su interior y que giraba, al compás de la música. Esa cajita era lo único que le quedaba de su madre.
Dejó que las dulces notas la invadieran. Cerró los ojos mientras se recostaba en el sofá. Tiempos pasados vinieron a su memoria. Recuerdos de otra época en lo que todo era diferente.
Y rememoró las visitas de los domingos en el internado de su abuela, en los que le llevaba pañuelos bordado, dulces caseros..., visitas  llenas de conversaciones vacías y miradas cargadas de sentimientos. Silencios que hablaban lo que ellas callaban y recordó ése  abrazo de despedida, en el que entregaban el alma.
Cuando acabó la canción, estalló en un llanto profundo y desgarrador. Aquel paquete significaba que su abuela había fallecido. Se había quedado sola y aquella era su herencia.
Durante 2 días fue incapaz de abrir las cartas. Las tocaba, las abrazaba y a veces, le parecía oler la fragancia de heno que ella utilizaba.
Una noche se despertó empapada de sudor por una pesadilla. En su sueño podía verse en un teatro viejo y oscuro. Intentaba ejecutar los pasos que durante tanto tiempo había ensayado, pero de cintura hacia abajo, su cuerpo no le respondía, no podía mover la piernas..., estaba pegada al suelo.
Incapaz de seguir durmiendo, se levantó a por un vaso de agua y cuando volvía a su habitación, vio las cartas encima de la mesa. Cada una de ellas estaba marcada con un número, que le mostraban el orden que debía seguir.
Tomó la primera y decidió que había llegado el momento de leerlas.

Saratov, 13 de julio de 2006
Querida Mirta, si estás leyendo esta carta, es porque para mí ya todo ha terminado.
Junto a ésta, habrás recibido 6 más y tu cajita de música.
Lo que así te relato, fui incapaz de contártelo  directamente. Era demasiado doloroso y me llevo ese peso de corazón a la tumba. En ningún momento he querido hacerte daño, pero creí que si sabías lo que pasó, entenderías muchas cosas. Por favor, no me juzgues..., no supe hacerlo de otra manera.
Con un inmenso amor, me despido de ti.
Svetlana

En un par de ocasiones tuvo que parar de leer y enjugarse las lágrimas.
Al finalizar la primera carta, no pudo evitar coger otra. En ella había una foto ajada por las puntas y bastante deteriorada. En ella aparecía Mirta de bebé con su abuela. La tenía en su regazo tapada con una mantita infantil de cuadros blancos y rosas. Su abuela sonreía con tristeza. Tenía la mirada más triste que había visto nunca.
Las cartas estaban escritas en momentos señalados en la vida de Mirta. Su mayoría de edad, cuando le concedieron la beca que le permitió estudiar en Francia y España..., en ellas le expresaba su orgullo y satisfacción. Le hablaba de lo feliz que se sentiría su madre al ver en la mujer que se había convertido y en cómo había heredado de ella su fuerza de voluntad y valentía. Le contaba lo duro que era para ella estar separadas y lo mucho que la quería.
A Mirta le emocionaba lo que leía sobre su madre. No la llegó a conocer ya que falleció en su parto.
Cuando llegó a la última carta, comprobó por la fecha que era la primera que escribió.
Estaba fechada el 11 de enero de 1.999, ese día Mirta cumplía 5 años.

Querida Mirta, hoy te dejé por primera vez en el colegio, para no recogerte al terminar las clases.
En el pueblo  hay habladurías de mí y mi estilo de vida y tú cada día eres más vivaz y espabilada y quiero mantenerte alejada de todo esto. Por eso he decidido internarte en el colegio. Es el único lugar donde puedo protegerte de todas esas miradas llenas de reproches y juicios y darte la vida y la educación que te mereces. La que yo no pude tener.
Nos separan 300 kilómetros, pero te prometo que todos los meses iré a verte.
Cuando yo tenía 13 años, perdí a mi madre. Falleció en la explosión de una de las calderas de la fábrica en la que trabajaba. Apenas pude llorarla, tuve que dejar la escuela y ocuparme de la casa.
Mi padre era minero y trabajaba 14 horas picando carbón. Cuando llegaba a casa lo hacía tan cansado, que tras cenar algo se iba a dormir.
Un día, cuando yo tenía 15 años, hubo un derrumbe en el que fallecieron cinco mineros, uno de ellos era mi padre. Tardaron tres días en recuperar los cuerpos.
Tras aquello tuve mucho miedo, estaba sola y no sabía cómo saldría adelante. Una de las señoras más adineradas del pueblo, se apiadó de mí y me ofreció comida, habitación y 10 rublos mensuales, si trabajaba en su casa. Y así empecé a trabajar limpiando, planchando, cocinando...con las demás sirvientas.
Una noche, me desperté al escuchar cómo se abría la puerta. Era el señor de la casa. Se metió entre mis sábanas y me pidió que estuviera callada y que no dijera nada a nadie de lo que iba a suceder o me echaría de la casa y se encargaría de que nadie en el pueblo me diera trabajo ni cobijo.
Cada noche se repetían las visitas y yo callaba y cerraba fuertemente los ojos, deseando que todo terminara pronto.
6 meses después descubrí que estaba embarazada y al decírselo al señor, me abofeteó y en mitad de la noche me dejó en la estación con un billete para Saratov y dinero suficiente para vivir algunos meses.
Con 17 años era madre, tenía que mantener a mi hija y no tenía trabajo, dinero ni un lugar donde guarecernos. Pedí limosna y estuvimos durmiendo en una de las iglesias del pueblo.
Un día frío y lluvioso, uno de los señores de la ciudad,  me ofreció dinero a cambio de sexo. Me dijo que si accedía, ya no nos faltaría nada ni a mi hija ni a mí y así es como empecé en el mundo de la prostitución.
Nunca he tenido el amor de un hombre, sólo sexo por unas pocas monedas. Unas monedas que me permitían darle comida, ropa y un techo a mi hija y cuando falleció con 18 años, también a ti, a mi nieta. No me arrepiento de lo que hice.
Al principio sentía un gran dolor en mi alma, pero terminé acostumbrándome al sufrimiento. Me compensaba ver cómo tu madre me sonreía y crecía sana y fuerte. En todo momento la mantuve alejada de aquel mundillo y eso mismo quiero hacer contigo.
Espero que nunca te hayas sentido abandonada por mí, porque siempre fuiste el centro de mi universo y todo lo que hice, lo hice  por  amor.
Svetlana

Al terminar de leer el testimonio de su abuela, Mirta estaba desolada.
En poco días había perdido a su abuela y había descubierto que realmente no la conocía.
Siempre había pensado que se dedicaba a bordar. Tenía decenas de pañuelos bordados por ella. Unos con sus iniciales y otros con animales o flores de diferentes colores.
En sus visitas al colegio, le había contado que se dedicaba a preparar el ajuar de las muchachas casaderas del pueblo. Ella era la encargada de bordar sus sábanas, toallas...,y cuando se quedaban embarazadas, les hacía toda la ropita que utilizaría el bebé.
Todo había sido una mentira. Una gran y horrible mentira. Su abuela, la mujer que más había querido y admirado, había sido prostituta.
Con rabia cogió todas las cartas y la cajita y las introdujo en la caja de zapatos. Lo metería todo en el fondo del armario, hasta que decidiera cómo deshacerse de aquellos dolorosos recuerdos.
Eran más de las 4 de la mañana, cuando volvió a la cama y como suponía, ya no pudo dormirse. No podía dejar de pensar en todo lo que había descubierto esa noche. No podía entender porqué su abuela no se lo había contado. Tenía tantas dudas y preguntas...
A las 7 de la mañana, como cada día, el despertador sonó. Y como cada día se dio una ducha rápida, desayunó y se marchó al ensayo. Le esperaba un día duro.
Cuando volvió a casa, eran casi las 10 de la noche, se preparó algo de cenar con la intención de un poco la tele antes de acostarse. Estaba muy cansada.
Se sentó en el sofá y vio que había algo en el suelo. Era la foto con su abuela, cuando ella era bebé. Y al volver a verla y conectar con esa triste mirada. La mirada más triste que había visto en su vida, supo que estaba siendo muy injusta con su abuela. Había juzgado y sentenciado a su abuela, la mujer que tanto había luchado y sacrificado por ella...
En esos momentos se sintió sucia y despreciable. Había hecho justo lo que su abuela le pidió que no hiciera, la juzgó.
Si ella hubiera sido su abuela, ¿qué no habría hecho por su familia, por su hija o por su nieta?
Con ternura cogió la foto y la puso en su mesita. Esa fue la primera de muchas noches, que se durmió contemplándola.