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lunes, 24 de abril de 2017

En clave de fa

Para J.V.B.

Qué curiosa que es la vida. Cómo cambia todo de un día para otro y cuando creías que lo tenías todo perfectamente ordenado y atado, un pequeño soplo tumba todos tus sueños. Resquebrajando y haciendo jirones toda esperanza.

Qué sorprendente el destino. Cuando menos te lo esperas, improvisa y hace que coincidan en el espacio y tiempo dos vidas, que se sienten heridas de diferente forma y son bálsamo y aliento la una para la otra.

Este es el relato de dos de esas almas.

Tú te sentías sola y sin consuelo. Buceabas en recuerdos en blanco y negro de un tiempo pasado, tal vez, sólo, tal vez, mejor que el nuestro.

Yo me sentía perdida, torpe y a la deriva. Por mucho que lo intentaba, no hallaba respuestas a las dudas y miedos que me carcomían por dentro.

Desde que nos conocimos, aquel 13 de enero,  congeniamos. Y en un piso en la calle Luna, en pleno centro del Raval, entre películas, música, confidencias y muchos sentimientos, se tejió nuestra historia.

Tu mirada, el terciopelo de tu voz y la paz que me transmitías, hicieron que me quedara hasta el final.

Por mi escucha, sentido del humor y saber estar, quisiste que te acompañara.

Y diste rienda suelta a tus historias y los recuerdos que tenías guardados en lo que fueron cajas de galletas en otro momento. Los compartiste conmigo entre risas y a veces lamentos.

Yo fui para cuidarte y acompañarte, pero tú y tu inquebrantable fe, fuisteis para mí en muchas ocasiones, sustento.

Cuántas veces me presentaste como tu nieta. Cuántas veces presumí de abuela. Nos sentíamos familia y ni la sangre podría acrecentar ese sentimiento.

Me asombraba la gran capacidad de amar que tenías. Cómo eras capaz de centrarte en la parte buena de las personas y circunstancias complejas de la vida. Aún cuando a veces, era muy difícil verlo.

Fuiste una persona buena,  con un alma noble y un corazón enorme. Corazón curtido en mil batallas que la vida y el amor, sólo habían conseguido engrandecer más.

Muy generosa y desprendida. Cuando eras más joven, con tu hermano Juan, hiciste muchas cosas por el barrio y sus gentes. Quizá más por sus gentes, por las personas. No podíais ver que alguien sufría y no hacer nada al respecto. Ropa, un baño caliente, algo de alimento.

Ya de mayor, escuchabas a tus amigas, pedías al Presidente mirar por el bien común y rezabas a Dios por la humanidad. Fuiste paz y consuelo.

Y cuando el pasado y el malestar pesaban, la música nos transportaba a un sitio libre de dolor y ahí crecía nuestra conexión.

Y cuando las palabras no ofrecían consuelo, el calor y tacto de tu mano sobre la mía y un abrazo, hacía el resto.


Un día 13, la vida en una de sus improvisaciones, te llevó a otro lugar donde no existe el sufrimiento y todo es paz y bienestar. Y donde, nos gustaba imaginar, siempre había música.