Enadco

sábado, 22 de junio de 2013

Un día...

Corrí como alma que lleva al diablo. Los últimos años los recuerdo así, corriendo y mirando a mí alrededor buscando alguna señal sospechosa que me indicara que Teo estaba cerca esperando el momento oportuno para saltar sobre mí.

Hace 4 años que conocí a Lena en la fábrica donde trabajábamos. Ella llevaba todo lo relacionado a facturación y nóminas de los trabajadores.

La primera vez que la vi fue el día que fui a reclamar por unas horas extras que no estaban reflejadas en mí nómina. Lena llevaba pocos días trabajando allí y aunque todavía estaba aprendiendo los tejemanejes de la empresa, me sorprendió la soltura y rapidez con la que solventó el problema. A partir de ese momento coincidimos varias veces en el comedor y terminamos comiendo todos los días juntos.

Me encantaba hablar con ella, desde el primer momento  nos entendimos muy bien y según iban transcurriendo los días y las conversaciones, pudimos ver que teníamos muchas cosas en común y una forma similar de ver la vida.

Lo que en un principio sólo era amistad, al cabo de 5 meses se había convertido en amor, pasión, deseo… y dábamos rienda a todos estos sentimientos dos veces al mes, en un oscuro y viejo motel de carretera.

Una noche a la salida del trabajo, un hombre me esperaba apoyado en mi coche mientras fumaba un cigarrillo.

No era muy alto, aproximadamente mediría 1’65 y era de complexión delgada. Vestía un traje azul marino que parecía hecho a medida. Llevaba el pelo engominado y aunque su apariencia era tranquila, tenía algo en su mirada que me ponía nervioso.

-Debes ser Antón, ¿verdad?

Por el tono de su voz y sus ojos, pude intuir que no esperaba una respuesta, pero aun así, asentí con la cabeza. Este asunto me daba mala espina…

-Sé que te ves con mi mujer.

Mis pies se quedaron paralizados, Intenté tragar saliva, pero se me hizo un nudo en la garganta que me impedía hacerlo. Sentí como se me aceleraba corazón y un escalofrío recorría toda mi espalda.

Desde el principio intentamos ser discretos, sin embargo de alguna manera él se había enterado.

El tipo, llamado Teo, era el marido de Lena y algo me decía que esa visita tendría consecuencias devastadoras para mí.

-Llevo un par de semanas pensando en lo que voy a hacer con vosotros y tengo la mejor solución a éste problema.

Hubiese preferido mil veces que Teo fuese un tipo agresivo e impulsivo y que me hubiese dado una paliza en esos momentos. Pero ante mí tenía a un hombre frío y calculador con nervios de acero, que me miraba fija e impasiblemente, como intentando adivinar mis pensamientos.

Me sentía totalmente paralizado, sin saber cómo reaccionar ni qué decir, cuando abriendo su mano derecha me enseñó una pequeña bala plateada.

-No te voy a decir dónde ni cuándo, pero a partir de hoy me convertiré en tu sombra y no pararé hasta que esta bala atraviese tu cabeza.

Quise convencerme con la idea de que delante de mí tenía a un pobre hombre loco y celoso. Pero sabía que no era así y que desde ese preciso momento, tenía firmada mi sentencia de muerte.

Una oleada de pánico me recorrió todo el cuerpo y notaba como mi frente se perlaba en sudor.

Teo había ideado un plan con el que se vengaría de la traición sufrida y se tomaría su tiempo para llevarla a cabo, ahí residía el auténtico resarcimiento y disfrutaría mucho con ello.

Tenía contactos que se encargarían de seguirme y sabría a cada minuto en qué lugar me encontraba y llegado el momento, el mismo acabaría con mí. No importaría dónde fuera o me escondiese, si fuera necesario, me daría caza como a un animal.

Para Lena tenía un plan totalmente diferente, ella sería testigo de mi asesinato. Este era el precio con el que pagaríamos nuestra traición. Con Teo no se jugaba y lo dejaría bien claro.

En los últimos 4 años, había cambiado 18 veces de domicilio, de ciudad, de país…, hasta de identidad y siempre conseguía localizarme. Un antiguo colega del barrio donde crecí, me puso en contacto con personas que sabían todo lo concerniente en cuanto a falsificación de documentos e identidad. Nunca hice preguntas, lo único por lo que temía era por mi vida, lo demás no me importaba.

Estaba cansado y harto. Por una parte me aterrorizaba encontrarme con Teo, pero por otra…, deseaba que terminara de una vez aquel infierno.

Mi aspecto había cambiado mucho en los últimos años, me había dejado crecer el pelo y la barba, me había rapado y teñido el cabello de distintos tonos, intentando pasar desapercibido, pero ninguno de mis intentos daba resultado.

Estaba demacrado y demasiado delgado, las ojeras cada día eran más visibles. Era el resultado de dormir apenas 2 o 3 horas diarias y de una alimentación a base de comida rápida y de mala calidad.

Hacía un par de meses que no sabía nada de Teo y eso me intranquilizaba, así que esa mañana me propuse sacar un billete de autobús a una ciudad que distaba de aquí 50 km y al llegar cogería un tren que me llevaría al otro extremo del país.

Salí del motel a las 11:50, procuraba salir a horas en las que la calle estuviese muy transitada. Suponía que no se arriesgaría a hacerme nada delante de testigos que le pudiesen identificar.

Siempre que me cambiaba de ciudad, lo primero que hacía era conseguir un mapa del lugar que estudiaba a fondo. Aprendía dónde estaba cada parque, callejón, así como las calles más importantes. Tenía que memorizar e idear un plan de huida por si fuese necesario.

Las 12, escuché repicar las campanas de una iglesia que se encontraba cerca de la estación. En tan sólo 10 minutos estaré allí y en unas pocas horas abandonaré esta ciudad.

Al doblar la esquina, lo vi. Llevaba el mismo traje azul que el día que lo conocí. Me miraba y sonreía maliciosamente y me apuntó con uno de sus dedos, como si de un revolver se trataba. Había llegado el momento.

Empecé a correr en dirección contraria  en la que se encontraba, metiéndome  entre el gentío y deseando que no me siguiera. Cada pocos pasos miraba hacia atrás para comprobar si me perseguía. Fui tropezando con todo lo que encontraba a mi paso y caí un par de veces al suelo, pero de un salto me incorporé y continué corriendo. Tan sólo tenía un par de rasguños y magulladuras.

Cada vez me sentía más agotado, llevaba varios minutos corriendo y me faltaba el aliento, pero no podía pararme, ni siquiera sabía si me seguía, pero no quería detenerme a comprobarlo.

Las fuerzas me fallaban, estaba totalmente agotado y apenas podía respirar. No sabía dónde estaba, pero sabía que había gente, aunque apenas lograba distinguir lo que tenía delante. De repente el destello de un objeto metálico, me cegó por completo haciéndome tropezar con una mujer que paseaba con su bebé, oí gritos a mi alrededor y unos brazos que intentaban cogerme, grité ¡déjenme, me persiguen! y al momento todo se volvió oscuro y dejé de sentir.

Otoño


El otoño, hasta ese momento, no había sido una estación muy reseñable. Para mí era sinónimo de días fríos, tristes y oscuros, calles solitarias… Pero algo ocurrió que cambió mi parecer.

Antes de conocer a Jon, no tenía una época del año favorita, ni siquiera me lo había  planteado. Simplemente me adaptaba a todo, ya fuere frío, calor, viento, lluvia, nieve…

Sin embargo después de Jon, el otoño había empezado a tener una importancia y significado muy particular… e incluso me atrevería a decir que se había convertido en algo mágico.

El que los días acortaran y oscureciera antes, le daba un toque muy romántico a nuestros paseos por el parque. Estábamos en esa etapa en la que no sonreír se convierte en un esfuerzo casi imposible, nuestras miradas eran embelesadas y nuestras manos ardían de deseo de explorar y ver dónde estaban los límites…, resumiendo, estábamos en pleno enamoramiento. Ahora las estrellas refulgían extraordinariamente y la luna…, la luna era llena cada noche.

Recuerdo el día que me dijo “eres tan maravillosa y especial, que hasta los árboles han tejido una alfombra de flores y hojas secas y se han engalanado de amarillo, marrón y ocre para esta ocasión. El canto de los pájaros, se ha convertido en un breve murmullo, para no entorpecer y poder escuchar la melodía que produce la conjunción de tus palabras y tu voz”

¡Cómo agradecí en esos momentos la falta de luz…! Evitó que pudiese ver que me sonrojaba por momentos.

El aire fresco, invitaba que nos acercáramos más. Y cogernos de las manos o de la cintura, se convertía en una sensación mucho más agradable si cabía.

Los días lluviosos íbamos a casa, nos preparábamos un chocolate caliente y me acurrucaba a su lado mientras escuchaba su voz perfectamente modulada, leer fragmentos de algún libro cogido al azar o alguno de esos relatos que escribía en un viejo cuaderno de piel desgastada, que siempre llevaba consigo.

El leía y yo soñaba.

Pero lo que el otoño trajo, el otoño se llevó y  el fin de la estación, puso punto y final a nuestra relación.

Y pasaron el invierno, la primavera y el verano y puedo ver como asoma tímidamente el otoño cargado de  grandes dosis de soledad y melancolía, tristeza, desconsuelo, hojas secas y recuerdos de un amor acabado.