Mirta llevaba más de 2 años viviendo en Madrid. Llegó con una
maleta cargada de sueños, esperanzas y algunos miedos. Quería convertirse en
una gran bailarina clásica.
Constancia, sacrificio y disciplina. Esas eran las bases en
las que se sustentaba la disciplina que ella tanto amaba.
Frente al espejo del salón, ensayaba mientras de fondo se
escuchaba una pieza de Tchaikovsky. En tan
solo 2 semanas tendría una importante audición y si la superaba, se iría de
gira con una compañía y actuaría en los mejores teatros y auditorios del país.
Era una gran oportunidad que no podía desaprovechar.
Al llegar a su apartamento, encontró una nota de su vecina, un
mensajero le había traído algo y ella se lo había recogido.
Diez minutos después
estaba en casa con el paquete en las manos. Se sentó en el sofá sin atreverse
a abrirlo. Provenía de Rusia, su país. Se lo remitía la señora Medlev, la
vecina de su abuela.
Con el corazón encogido, fue rompiendo el papel de estraza
que recubría una vieja caja de zapatos. En su interior, un montón de cartas
amarillentas por el paso del tiempo y el uso, y un cajita. Su cajita de música.
Con cariño la cogió y la puso sobre la mesa y con sumo
cuidado la abrió, liberando la bailarina que había en su interior y que giraba,
al compás de la música. Esa cajita era lo único que le quedaba de su madre.
Dejó que las dulces notas la invadieran. Cerró los ojos
mientras se recostaba en el sofá. Tiempos pasados vinieron a su memoria. Recuerdos
de otra época en lo que todo era diferente.
Y rememoró las visitas de los domingos en el internado de su
abuela, en los que le llevaba pañuelos bordado, dulces caseros..., visitas llenas de conversaciones vacías y miradas
cargadas de sentimientos. Silencios que hablaban lo que ellas callaban y recordó
ése abrazo de despedida, en el que
entregaban el alma.
Cuando acabó la canción, estalló en un llanto profundo y
desgarrador. Aquel paquete significaba que su abuela había fallecido. Se había
quedado sola y aquella era su herencia.
Durante 2 días fue incapaz de abrir las cartas. Las tocaba,
las abrazaba y a veces, le parecía oler la fragancia de heno que ella
utilizaba.
Una noche se despertó empapada de sudor por una pesadilla. En
su sueño podía verse en un teatro viejo y oscuro. Intentaba ejecutar los pasos
que durante tanto tiempo había ensayado, pero de cintura hacia abajo, su cuerpo
no le respondía, no podía mover la piernas..., estaba pegada al suelo.
Incapaz de seguir durmiendo, se levantó a por un vaso de agua
y cuando volvía a su habitación, vio las cartas encima de la mesa. Cada una de
ellas estaba marcada con un número, que le mostraban el orden que debía seguir.
Tomó la primera y decidió que había llegado el momento de
leerlas.
Saratov, 13 de julio de
2006
Querida Mirta, si estás
leyendo esta carta, es porque para mí ya todo ha terminado.
Junto a ésta, habrás
recibido 6 más y tu cajita de música.
Lo que así te relato,
fui incapaz de contártelo directamente.
Era demasiado doloroso y me llevo ese peso de corazón a la tumba. En ningún
momento he querido hacerte daño, pero creí que si sabías lo que pasó,
entenderías muchas cosas. Por favor, no me juzgues..., no supe hacerlo de otra
manera.
Con un inmenso amor, me
despido de ti.
Svetlana
En un par de ocasiones tuvo que parar de leer y enjugarse las
lágrimas.
Al finalizar la primera carta, no pudo evitar coger otra. En
ella había una foto ajada por las puntas y bastante deteriorada. En ella
aparecía Mirta de bebé con su abuela. La tenía en su regazo tapada con una
mantita infantil de cuadros blancos y rosas. Su abuela sonreía con tristeza.
Tenía la mirada más triste que había visto nunca.
Las cartas estaban escritas en momentos señalados en la vida
de Mirta. Su mayoría de edad, cuando le concedieron la beca que le permitió
estudiar en Francia y España..., en ellas le expresaba su orgullo y
satisfacción. Le hablaba de lo feliz que se sentiría su madre al ver en la
mujer que se había convertido y en cómo había heredado de ella su fuerza de
voluntad y valentía. Le contaba lo duro que era para ella estar separadas y lo
mucho que la quería.
A Mirta le emocionaba lo que leía sobre su madre. No la llegó
a conocer ya que falleció en su parto.
Cuando llegó a la última carta, comprobó por la fecha que era
la primera que escribió.
Estaba fechada el 11 de enero de 1.999, ese día Mirta cumplía
5 años.
Querida Mirta, hoy te
dejé por primera vez en el colegio, para no recogerte al terminar las clases.
En el pueblo hay habladurías de mí y mi estilo de vida y tú
cada día eres más vivaz y espabilada y quiero mantenerte alejada de todo esto.
Por eso he decidido internarte en el colegio. Es el único lugar donde puedo
protegerte de todas esas miradas llenas de reproches y juicios y darte la vida
y la educación que te mereces. La que yo no pude tener.
Nos separan 300
kilómetros, pero te prometo que todos los meses iré a verte.
Cuando yo tenía 13
años, perdí a mi madre. Falleció en la explosión de una de las calderas de la
fábrica en la que trabajaba. Apenas pude llorarla, tuve que dejar la escuela y
ocuparme de la casa.
Mi padre era minero y
trabajaba 14 horas picando carbón. Cuando llegaba a casa lo hacía tan cansado,
que tras cenar algo se iba a dormir.
Un día, cuando yo tenía
15 años, hubo un derrumbe en el que fallecieron cinco mineros, uno de ellos era
mi padre. Tardaron tres días en recuperar los cuerpos.
Tras aquello tuve mucho
miedo, estaba sola y no sabía cómo saldría adelante. Una de las señoras más
adineradas del pueblo, se apiadó de mí y me ofreció comida, habitación y 10
rublos mensuales, si trabajaba en su casa. Y así empecé a trabajar limpiando,
planchando, cocinando...con las demás sirvientas.
Una noche, me desperté
al escuchar cómo se abría la puerta. Era el señor de la casa. Se metió entre
mis sábanas y me pidió que estuviera callada y que no dijera nada a nadie de lo
que iba a suceder o me echaría de la casa y se encargaría de que nadie en el
pueblo me diera trabajo ni cobijo.
Cada noche se repetían
las visitas y yo callaba y cerraba fuertemente los ojos, deseando que todo
terminara pronto.
6 meses después
descubrí que estaba embarazada y al decírselo al señor, me abofeteó y en mitad de
la noche me dejó en la estación con un billete para Saratov y dinero suficiente
para vivir algunos meses.
Con 17 años era madre,
tenía que mantener a mi hija y no tenía trabajo, dinero ni un lugar donde
guarecernos. Pedí limosna y estuvimos durmiendo en una de las iglesias del
pueblo.
Un día frío y lluvioso,
uno de los señores de la ciudad, me
ofreció dinero a cambio de sexo. Me dijo que si accedía, ya no nos faltaría
nada ni a mi hija ni a mí y así es como empecé en el mundo de la prostitución.
Nunca he tenido el amor
de un hombre, sólo sexo por unas pocas monedas. Unas monedas que me permitían
darle comida, ropa y un techo a mi hija y cuando falleció con 18 años, también
a ti, a mi nieta. No me arrepiento de lo que hice.
Al principio sentía un
gran dolor en mi alma, pero terminé acostumbrándome al sufrimiento. Me
compensaba ver cómo tu madre me sonreía y crecía sana y fuerte. En todo momento
la mantuve alejada de aquel mundillo y eso mismo quiero hacer contigo.
Espero que nunca te
hayas sentido abandonada por mí, porque siempre fuiste el centro de mi universo
y todo lo que hice, lo hice por amor.
Svetlana
Al terminar de leer el testimonio de su abuela, Mirta estaba
desolada.
En poco días había perdido a su abuela y había descubierto
que realmente no la conocía.
Siempre había pensado que se dedicaba a bordar. Tenía decenas
de pañuelos bordados por ella. Unos con sus iniciales y otros con animales o
flores de diferentes colores.
En sus visitas al colegio, le había contado que se dedicaba a
preparar el ajuar de las muchachas casaderas del pueblo. Ella era la encargada
de bordar sus sábanas, toallas...,y cuando se quedaban embarazadas, les hacía
toda la ropita que utilizaría el bebé.
Todo había sido una mentira. Una gran y horrible mentira. Su
abuela, la mujer que más había querido y admirado, había sido prostituta.
Con rabia cogió todas las cartas y la cajita y las introdujo
en la caja de zapatos. Lo metería todo en el fondo del armario, hasta que
decidiera cómo deshacerse de aquellos dolorosos recuerdos.
Eran más de las 4 de la mañana, cuando volvió a la cama y
como suponía, ya no pudo dormirse. No podía dejar de pensar en todo lo que
había descubierto esa noche. No podía entender porqué su abuela no se lo había
contado. Tenía tantas dudas y preguntas...
A las 7 de la mañana, como cada día, el despertador sonó. Y
como cada día se dio una ducha rápida, desayunó y se marchó al ensayo. Le
esperaba un día duro.
Cuando volvió a casa, eran casi las 10 de la noche, se preparó
algo de cenar con la intención de un poco la tele antes de acostarse. Estaba
muy cansada.
Se sentó en el sofá y vio que había algo en el suelo. Era la
foto con su abuela, cuando ella era bebé. Y al volver a verla y conectar con
esa triste mirada. La mirada más triste que había visto en su vida, supo que
estaba siendo muy injusta con su abuela. Había juzgado y sentenciado a su abuela,
la mujer que tanto había luchado y sacrificado por ella...
En esos momentos se sintió sucia y despreciable. Había hecho
justo lo que su abuela le pidió que no hiciera, la juzgó.
Si ella hubiera sido su abuela, ¿qué no habría hecho por su familia,
por su hija o por su nieta?
Con ternura cogió la foto y la puso en su mesita. Esa fue la
primera de muchas noches, que se durmió contemplándola.
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