Hace 4 años que conocí a Lena en la fábrica donde
trabajábamos. Ella llevaba todo lo relacionado a facturación y nóminas de los
trabajadores.
La primera vez que la vi fue el día que fui a
reclamar por unas horas extras que no estaban reflejadas en mí nómina. Lena
llevaba pocos días trabajando allí y aunque todavía estaba aprendiendo los
tejemanejes de la empresa, me sorprendió la soltura y rapidez con la que
solventó el problema. A partir de ese momento coincidimos varias veces en el
comedor y terminamos comiendo todos los días juntos.
Me encantaba hablar con ella, desde el primer
momento nos entendimos muy bien y según
iban transcurriendo los días y las conversaciones, pudimos ver que teníamos
muchas cosas en común y una forma similar de ver la vida.
Lo que en un principio sólo era amistad, al cabo de
5 meses se había convertido en amor, pasión, deseo… y dábamos rienda a todos
estos sentimientos dos veces al mes, en un oscuro y viejo motel de carretera.
Una noche a la salida del trabajo, un hombre me
esperaba apoyado en mi coche mientras fumaba un cigarrillo.
No era muy alto, aproximadamente mediría 1’65 y era
de complexión delgada. Vestía un traje azul marino que parecía hecho a medida.
Llevaba el pelo engominado y aunque su apariencia era tranquila, tenía algo en
su mirada que me ponía nervioso.
-Debes ser Antón, ¿verdad?
Por el tono de su voz y sus ojos, pude intuir que
no esperaba una respuesta, pero aun así, asentí con la cabeza. Este asunto me
daba mala espina…
-Sé que te ves con mi mujer.
Mis pies se quedaron paralizados, Intenté tragar
saliva, pero se me hizo un nudo en la garganta que me impedía hacerlo. Sentí
como se me aceleraba corazón y un escalofrío recorría toda mi espalda.
Desde el principio intentamos ser discretos, sin
embargo de alguna manera él se había enterado.
El tipo, llamado Teo, era el marido de Lena y algo
me decía que esa visita tendría consecuencias devastadoras para mí.
-Llevo un par de semanas pensando en lo que voy a
hacer con vosotros y tengo la mejor solución a éste problema.
Hubiese preferido mil veces que Teo fuese un tipo
agresivo e impulsivo y que me hubiese dado una paliza en esos momentos. Pero
ante mí tenía a un hombre frío y calculador con nervios de acero, que me miraba
fija e impasiblemente, como intentando adivinar mis pensamientos.
Me sentía totalmente paralizado, sin saber cómo
reaccionar ni qué decir, cuando abriendo su mano derecha me enseñó una pequeña
bala plateada.
-No te voy a decir dónde ni cuándo, pero a partir
de hoy me convertiré en tu sombra y no pararé hasta que esta bala atraviese tu
cabeza.
Quise convencerme con la idea de que delante de mí
tenía a un pobre hombre loco y celoso. Pero sabía que no era así y que desde
ese preciso momento, tenía firmada mi sentencia de muerte.
Una oleada de pánico me recorrió todo el cuerpo y
notaba como mi frente se perlaba en sudor.
Teo había ideado un plan con el que se vengaría de
la traición sufrida y se tomaría su tiempo para llevarla a cabo, ahí residía el
auténtico resarcimiento y disfrutaría mucho con ello.
Tenía contactos que se encargarían de seguirme y
sabría a cada minuto en qué lugar me encontraba y llegado el momento, el mismo
acabaría con mí. No importaría dónde fuera o me escondiese, si fuera necesario,
me daría caza como a un animal.
Para Lena tenía un plan totalmente diferente, ella
sería testigo de mi asesinato. Este era el precio con el que pagaríamos nuestra
traición. Con Teo no se jugaba y lo dejaría bien claro.
En los últimos 4 años, había cambiado 18 veces de
domicilio, de ciudad, de país…, hasta de identidad y siempre conseguía
localizarme. Un antiguo colega del barrio donde crecí, me puso en contacto con
personas que sabían todo lo concerniente en cuanto a falsificación de
documentos e identidad. Nunca hice preguntas, lo único por lo que temía era por
mi vida, lo demás no me importaba.
Estaba cansado y harto. Por una parte me
aterrorizaba encontrarme con Teo, pero por otra…, deseaba que terminara de una
vez aquel infierno.
Mi aspecto había cambiado mucho en los últimos
años, me había dejado crecer el pelo y la barba, me había rapado y teñido el
cabello de distintos tonos, intentando pasar desapercibido, pero ninguno de mis
intentos daba resultado.
Estaba demacrado y demasiado delgado, las ojeras
cada día eran más visibles. Era el resultado de dormir apenas 2 o 3 horas
diarias y de una alimentación a base de comida rápida y de mala calidad.
Hacía un par de meses que no sabía nada de Teo y
eso me intranquilizaba, así que esa mañana me propuse sacar un billete de
autobús a una ciudad que distaba de aquí 50 km y al llegar cogería un tren que
me llevaría al otro extremo del país.
Salí del motel a las 11:50, procuraba salir a horas
en las que la calle estuviese muy transitada. Suponía que no se arriesgaría a
hacerme nada delante de testigos que le pudiesen identificar.
Siempre que me cambiaba de ciudad, lo primero que
hacía era conseguir un mapa del lugar que estudiaba a fondo. Aprendía dónde
estaba cada parque, callejón, así como las calles más importantes. Tenía que
memorizar e idear un plan de huida por si fuese necesario.
Las 12, escuché repicar las campanas de una iglesia
que se encontraba cerca de la estación. En tan sólo 10 minutos estaré allí y en
unas pocas horas abandonaré esta ciudad.
Al doblar la esquina, lo vi. Llevaba el mismo traje
azul que el día que lo conocí. Me miraba y sonreía maliciosamente y me apuntó
con uno de sus dedos, como si de un revolver se trataba. Había llegado el
momento.
Empecé a correr en dirección contraria en la que se encontraba, metiéndome entre el gentío y deseando que no me
siguiera. Cada pocos pasos miraba hacia atrás para comprobar si me perseguía.
Fui tropezando con todo lo que encontraba a mi paso y caí un par de veces al
suelo, pero de un salto me incorporé y continué corriendo. Tan sólo tenía un
par de rasguños y magulladuras.
Cada vez me sentía más agotado, llevaba varios
minutos corriendo y me faltaba el aliento, pero no podía pararme, ni siquiera
sabía si me seguía, pero no quería detenerme a comprobarlo.
Las fuerzas me fallaban, estaba totalmente agotado
y apenas podía respirar. No sabía dónde estaba, pero sabía que había gente,
aunque apenas lograba distinguir lo que tenía delante. De repente el destello
de un objeto metálico, me cegó por completo haciéndome tropezar con una mujer
que paseaba con su bebé, oí gritos a mi alrededor y unos brazos que intentaban
cogerme, grité ¡déjenme, me persiguen! y al momento todo se volvió oscuro y
dejé de sentir.