Para J.V.B.
Qué
curiosa que es la vida. Cómo cambia todo de un día para otro y cuando creías
que lo tenías todo perfectamente ordenado y atado, un pequeño soplo tumba todos
tus sueños. Resquebrajando y haciendo jirones toda esperanza.
Qué
sorprendente el destino. Cuando menos te lo esperas, improvisa y hace que
coincidan en el espacio y tiempo dos vidas, que se sienten heridas de diferente
forma y son bálsamo y aliento la una para la otra.
Este
es el relato de dos de esas almas.
Tú
te sentías sola y sin consuelo. Buceabas en recuerdos en blanco y negro de un
tiempo pasado, tal vez, sólo, tal vez, mejor que el nuestro.
Yo
me sentía perdida, torpe y a la deriva. Por mucho que lo intentaba, no hallaba
respuestas a las dudas y miedos que me carcomían por dentro.
Desde
que nos conocimos, aquel 13 de enero,
congeniamos. Y en un piso en la calle Luna, en pleno centro del Raval,
entre películas, música, confidencias y muchos sentimientos, se tejió nuestra
historia.
Tu
mirada, el terciopelo de tu voz y la paz que me transmitías, hicieron que me
quedara hasta el final.
Por
mi escucha, sentido del humor y saber estar, quisiste que te acompañara.
Y
diste rienda suelta a tus historias y los recuerdos que tenías guardados en lo
que fueron cajas de galletas en otro momento. Los compartiste conmigo entre
risas y a veces lamentos.
Yo
fui para cuidarte y acompañarte, pero tú y tu inquebrantable fe, fuisteis para
mí en muchas ocasiones, sustento.
Cuántas
veces me presentaste como tu nieta. Cuántas veces presumí de abuela. Nos
sentíamos familia y ni la sangre podría acrecentar ese sentimiento.
Me
asombraba la gran capacidad de amar que tenías. Cómo eras capaz de centrarte en
la parte buena de las personas y circunstancias complejas de la vida. Aún
cuando a veces, era muy difícil verlo.
Fuiste
una persona buena, con un alma noble y
un corazón enorme. Corazón curtido en mil batallas que la vida y el amor, sólo
habían conseguido engrandecer más.
Muy
generosa y desprendida. Cuando eras más joven, con tu hermano Juan, hiciste muchas
cosas por el barrio y sus gentes. Quizá más por sus gentes, por las personas.
No podíais ver que alguien sufría y no hacer nada al respecto. Ropa, un baño
caliente, algo de alimento.
Ya
de mayor, escuchabas a tus amigas, pedías al Presidente mirar por el bien común
y rezabas a Dios por la humanidad. Fuiste paz y consuelo.
Y
cuando el pasado y el malestar pesaban, la música nos transportaba a un sitio
libre de dolor y ahí crecía nuestra conexión.
Y
cuando las palabras no ofrecían consuelo, el calor y tacto de tu mano sobre la
mía y un abrazo, hacía el resto.
Un
día 13, la vida en una de sus improvisaciones, te llevó a otro lugar donde no
existe el sufrimiento y todo es paz y bienestar. Y donde, nos gustaba imaginar,
siempre había música.
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